El feminismo pop de la gala de los Goya
@RaulSolisEU | En la Gala de los Goya 2018 nos hablaron de “campos de nabos feministas”, de zapatos planos, de derecho a imaginar de las mujeres –como si no supieran ya- y de un sinfín de eslóganes descafeinados por gente que no ha olido ni de lejos lo que es un barrio y que no se imagina que viven en un país en el que 800.000 hogares con niños y niñas, sostenidos por madres en solitario, viven en pobreza severa, que es lo mismo que decir que esos niños, niñas y sus mamás no comen nunca pescado, fruta y carne de ternera en casa; que muchas noches se acuestan con un vasito de leche con galletas; que se acuestan muchas noches de invierno con mantas porque no tienen luz o no hay dinero para pagar un recibo de calefacción.
Tampoco nos hablan en este creciente festival de feminismo pop de que el 60% de los pobres del mundo son mujeres; de que todos los trabajos feminizados se nutren de contratos a media jornada o menos, de sueldos que raramente ascienden los 650 euros, que las mujeres no cotizan por todas las horas que trabajan o de que las horas extras no se pagan: cajeras de supermercados, asistentas domésticas, limpiadoras de oficinas, camareras de piso, camareras de bares, teleoperadoras, dependientas, auxiliares de ayuda a domicilio, auxiliares de clínica…
Ni una sola película ha sido capaz de contar en estos duros años de crisis una historia que cuente, por ejemplo, la dura vida de Lidia, una auxiliar de ayuda a domicilio de Córdoba que cobra 220 euros al mes, por un contrato de entre siete y doce horas a la semana, a la que avisan la noche antes de a qué hora y dónde tiene que ir a trabajar, con lo que complica poderse buscar otro empleo con el que sacar adelante a su hija y pagar luz, agua, alquiler y comida. Lidia vive sola con su hija, es una de esas mujeres que son ejército, que viven en hogares monoparentales y que casi por defecto son hogares pobres de solemnidad. El magnate que se hace de oro con su trabajo, Florentino Pérez. La alcaldesa que lo permite, Isabel Ambrosio, una feminista del PSOE que no considera feminismo municipalizar el servicio de ayuda a domicilio que se nutre de 600 mujeres en la pobreza.
La noche de los Goya todo fue glamour o un intento de glamour con ostentación de ser feminista, pero nadie se acordó tampoco de recordar que sólo el 8% de los actores y actrices viven del teatro, que muchos actores y actrices se dedican a poner copas de noche porque los circuitos teatrales que pagan los ayuntamientos o las diputaciones, y que permite llevar el teatro a pueblos remotos, son escasos, baratos y a las compañías más jóvenes les cuesta la misma vida acceder. Tampoco nadie dijo que el gran productor del cine español es Enrique Cerezo, dueño de 7.000 títulos del cine español, el 77% del cine español según publicó El Mundo en un reportaje en 2015, titulado ‘El amo del cine español’. Muchas de sus películas, laureadísimas en las diferentes ediciones de los Goya. ¿Denunció alguien que el cine español está en manos de un señor que, además de ser el presidente del Atlético de Madrid, no entró en prisión porque prescribió el delito, aunque fue colaborar necesario de apropiación indebida en las acciones del club de fútbol que preside que afectó a Jesús Gil y su hijo? Nadie. ¿Dónde está el compromiso del cine español con la realidad política y social que vivimos, más allá de los eslóganes baratos y lights de las guerritas culturales?
¿Dijo alguien en la gala que en España hay millón y medio de niños y niñas que son pobres de solemnidad? ¿Dijo alguien que muchas mujeres que denuncian por violencia de género son condenadas a vivir en la indigencia porque no hay ayudas económicas para las mujeres sin recursos que deciden abandonar el hogar donde se produce el terrorismo machista? ¿Dijeron algo ayer de las mujeres que han tenido que abandonar las universidades españolas por la subida de las tasas o porque el desempleo de sus padres hace imposible gastarse lo que cuesta el billete de autobús diario del pueblo a la ciudad donde está la facultad? ¿Contó alguien este año en una película la historia de Azucena, una estudiante extremeña de Economía que este verano tendrá que trabajar en la campaña de la recogida de la fruta para poder estudiar al año que viene en Sevilla, ya que aprobar con un 6 ya no significa obtener una beca?
¿Cuántas películas se han hecho sobre historias de mujeres que luchan por sobrevivir en un país que ha condenado a las mujeres pobres al ostracismo? ¿Ha escrito alguien la historia de Dolores, víctima de violencia de género, auxiliar de ayuda a domicilio, que fue acosada sexualmente por un usuario sin que la empresa la creyese, enferma crónica que arrastra su cuerpo de dolores físicos y emocionales y a la que le niegan la jubilación anticipada una y otra vez en el tribunal médico? ¿Ha contado alguien la historia de Laura de 34 años, una camarera de pisos con dos hijos a su cargo, y un marido en paro, que cobra 600 euros al mes por limpiar 24 habitaciones al día y regalarle todos los días dos horas a su empresa?
¿Ha contado alguien la historia de Sofía, una mujer de Vizcaya que tenía una vida normal y se tiró de un puente porque no pudo soportar que, además de ser despedida, el banco también la quisiera echar de su casa en la que vivía con su familia? ¿Ha contado alguien la historia de Pura, una mujer de 75 años, harta de trabajar toda su vida, en el campo y limpiando casas, que a su vejez comparte sus 600 euros de pensión con sus tres hijos en paro, quienes han vuelto a casa tras el desastre económico español?
Salvo honrosos ejemplos como el de ‘Techo y comida’, la realidad es que el cine español no ha contribuido en nada a hacer visible la realidad de un país, sostenido por mujeres empobrecidas, en el que tres poderosos acumulan la misma riqueza que 14 millones de criaturas y en el que un tercio de la población española vive en riesgo de exclusión social y que son viejos conocidas en unos servicios sociales sin recursos. La crisis ha hecho añicos a la sociedad española mientras en el cine español lo más radical que se cuenta es una historia de una burguesa que sueña con abrir una librería en un pueblecito de Inglaterra y, como es mujer la emprendedora, ya es una historia subida a los altares del feminismo.
El feminismo pop, representado infamemente en los Goya, trata de decirle a las mujeres que su revolución es andar con zapatos planos, dejarse vello en las piernas o en los sobacos, vivir el poliamor o sacar del armario a las mujeres silenciadas por la historia (ricas todas, por cierto) mientras se mete en un armario oscuro a las mujeres que pisan nuestras calles hoy, que viven realidades que en nada se parecen a las de la alfombra roja de los Goya. El feminismo pop conseguirá que las mujeres pobres odien el feminismo por elitista. Y de ese elitismo que tapa la pobreza en guerras culturales que sólo habla de mujeres, gays y negros ricos surgen monstruos como Donald Trump.
Artículo escrito por Raúl Solís en paralelo36andalucia.com
Tampoco nos hablan en este creciente festival de feminismo pop de que el 60% de los pobres del mundo son mujeres; de que todos los trabajos feminizados se nutren de contratos a media jornada o menos, de sueldos que raramente ascienden los 650 euros, que las mujeres no cotizan por todas las horas que trabajan o de que las horas extras no se pagan: cajeras de supermercados, asistentas domésticas, limpiadoras de oficinas, camareras de piso, camareras de bares, teleoperadoras, dependientas, auxiliares de ayuda a domicilio, auxiliares de clínica…
Ni una sola película ha sido capaz de contar en estos duros años de crisis una historia que cuente, por ejemplo, la dura vida de Lidia, una auxiliar de ayuda a domicilio de Córdoba que cobra 220 euros al mes, por un contrato de entre siete y doce horas a la semana, a la que avisan la noche antes de a qué hora y dónde tiene que ir a trabajar, con lo que complica poderse buscar otro empleo con el que sacar adelante a su hija y pagar luz, agua, alquiler y comida. Lidia vive sola con su hija, es una de esas mujeres que son ejército, que viven en hogares monoparentales y que casi por defecto son hogares pobres de solemnidad. El magnate que se hace de oro con su trabajo, Florentino Pérez. La alcaldesa que lo permite, Isabel Ambrosio, una feminista del PSOE que no considera feminismo municipalizar el servicio de ayuda a domicilio que se nutre de 600 mujeres en la pobreza.
Leticia Dolera: "Está quedando una gala muy buena, un campo de nabos feminista precioso" |
La noche de los Goya todo fue glamour o un intento de glamour con ostentación de ser feminista, pero nadie se acordó tampoco de recordar que sólo el 8% de los actores y actrices viven del teatro, que muchos actores y actrices se dedican a poner copas de noche porque los circuitos teatrales que pagan los ayuntamientos o las diputaciones, y que permite llevar el teatro a pueblos remotos, son escasos, baratos y a las compañías más jóvenes les cuesta la misma vida acceder. Tampoco nadie dijo que el gran productor del cine español es Enrique Cerezo, dueño de 7.000 títulos del cine español, el 77% del cine español según publicó El Mundo en un reportaje en 2015, titulado ‘El amo del cine español’. Muchas de sus películas, laureadísimas en las diferentes ediciones de los Goya. ¿Denunció alguien que el cine español está en manos de un señor que, además de ser el presidente del Atlético de Madrid, no entró en prisión porque prescribió el delito, aunque fue colaborar necesario de apropiación indebida en las acciones del club de fútbol que preside que afectó a Jesús Gil y su hijo? Nadie. ¿Dónde está el compromiso del cine español con la realidad política y social que vivimos, más allá de los eslóganes baratos y lights de las guerritas culturales?
¿Dijo alguien en la gala que en España hay millón y medio de niños y niñas que son pobres de solemnidad? ¿Dijo alguien que muchas mujeres que denuncian por violencia de género son condenadas a vivir en la indigencia porque no hay ayudas económicas para las mujeres sin recursos que deciden abandonar el hogar donde se produce el terrorismo machista? ¿Dijeron algo ayer de las mujeres que han tenido que abandonar las universidades españolas por la subida de las tasas o porque el desempleo de sus padres hace imposible gastarse lo que cuesta el billete de autobús diario del pueblo a la ciudad donde está la facultad? ¿Contó alguien este año en una película la historia de Azucena, una estudiante extremeña de Economía que este verano tendrá que trabajar en la campaña de la recogida de la fruta para poder estudiar al año que viene en Sevilla, ya que aprobar con un 6 ya no significa obtener una beca?
¿Cuántas películas se han hecho sobre historias de mujeres que luchan por sobrevivir en un país que ha condenado a las mujeres pobres al ostracismo? ¿Ha escrito alguien la historia de Dolores, víctima de violencia de género, auxiliar de ayuda a domicilio, que fue acosada sexualmente por un usuario sin que la empresa la creyese, enferma crónica que arrastra su cuerpo de dolores físicos y emocionales y a la que le niegan la jubilación anticipada una y otra vez en el tribunal médico? ¿Ha contado alguien la historia de Laura de 34 años, una camarera de pisos con dos hijos a su cargo, y un marido en paro, que cobra 600 euros al mes por limpiar 24 habitaciones al día y regalarle todos los días dos horas a su empresa?
¿Ha contado alguien la historia de Sofía, una mujer de Vizcaya que tenía una vida normal y se tiró de un puente porque no pudo soportar que, además de ser despedida, el banco también la quisiera echar de su casa en la que vivía con su familia? ¿Ha contado alguien la historia de Pura, una mujer de 75 años, harta de trabajar toda su vida, en el campo y limpiando casas, que a su vejez comparte sus 600 euros de pensión con sus tres hijos en paro, quienes han vuelto a casa tras el desastre económico español?
Salvo honrosos ejemplos como el de ‘Techo y comida’, la realidad es que el cine español no ha contribuido en nada a hacer visible la realidad de un país, sostenido por mujeres empobrecidas, en el que tres poderosos acumulan la misma riqueza que 14 millones de criaturas y en el que un tercio de la población española vive en riesgo de exclusión social y que son viejos conocidas en unos servicios sociales sin recursos. La crisis ha hecho añicos a la sociedad española mientras en el cine español lo más radical que se cuenta es una historia de una burguesa que sueña con abrir una librería en un pueblecito de Inglaterra y, como es mujer la emprendedora, ya es una historia subida a los altares del feminismo.
El feminismo pop, representado infamemente en los Goya, trata de decirle a las mujeres que su revolución es andar con zapatos planos, dejarse vello en las piernas o en los sobacos, vivir el poliamor o sacar del armario a las mujeres silenciadas por la historia (ricas todas, por cierto) mientras se mete en un armario oscuro a las mujeres que pisan nuestras calles hoy, que viven realidades que en nada se parecen a las de la alfombra roja de los Goya. El feminismo pop conseguirá que las mujeres pobres odien el feminismo por elitista. Y de ese elitismo que tapa la pobreza en guerras culturales que sólo habla de mujeres, gays y negros ricos surgen monstruos como Donald Trump.
Artículo escrito por Raúl Solís en paralelo36andalucia.com
Deja un comentario...