Carta abierta a Movistar
Estimado Movistar:
Corría el año 2017 cuando decidí descolgar el teléfono y hacer una llamada al 1004 de Movistar. Había sido un día en el que distraída por los quehaceres cotidianos no había tenido tiempo de ponerme al ordenador, al intentar usarlo y ver que no tenía conexión, me sentía con fuerzas de realizar La Llamada.
Recuerdo la aséptica voz robótica que me invitaba a esperar a que comprobaran mi inexistente conexión, interrumpida constantemente por fragmentos de épica música clásica. Cuando terminaron las comprobaciones y todo continuó igual, la voz robótica me ofreció hablar con una persona. Han pasado los años y todavía hoy cierro los ojos y puedo rememorar la alegría que sentí al escuchar el descolgar de otro humano. Seguramente estaba lejos pero yo podía sentirla cerca. “Ahora sí que se va arreglar” pensé, y mi corazón se hinchó de esperanzas, todas ellas puestas en la persona al otro lado de la línea; esa persona que tiene las soluciones a mis problemas; esa persona por la que la espera ha valido la pena; es la que va a cambiarlo todo; Es la que, por fin, va a salvarme.
“Le atiende…” ojalá pudiera recordar su nombre. Ha pasado mucho tiempo ya, y mi memoria ha emborronado algunos detalles. Puedo recordar el sonido de su voz, pero ya nunca sabré cuál fue el nombre que pronunciaron sus labios.
“- Voy a comprobar tu línea, para ello necesito que apagues los tres aparatos que tienes.
- ¿también el blanco?
-…”
Ya te habías marchado. Cualquier persona habría perdido la esperanza, pero no yo. Yo seguí tus instrucciones aunque no estuvieras ya conmigo; las seguí ciegamente por si formaban parte de un plan superior; un plan que yo no podría entender, especialmente porque en esa época toda la tecnología funcionaba para mí cubierta por un velo de magia inexplicable, y no me sentía quién para cuestionar tu forma de proceder.
Revivo todos los días cómo pulsé lentamente los tres botones de apagado respectivos. Si me concentro puedo notar en el dedo la presión de uno de esos pequeños botones resistiéndose a ser pulsado, y mi dedo, lleno de dudas, apretando más; intentando aparentar seguridad. Cuando completé tu misterioso protocolo me armé de paciencia y me dispuse a llamar de nuevo, sabiendo que tendría que pasar por numerosas comprobaciones hasta poder llegar a un operador, pero también con la esperanza que me daba el deseo de que fueras tú otra vez la operadora que me atendiera. Que fueras tú, otra vez, mi humano asignado por una centralita. Que fueras tú, otra vez, la solución a mis problemas.
Alcé el teléfono inalámbrico y mis ojos recorrieron la pantalla donde se podía leer “Chequear línea Telf.” Mi corazón ensombreció. No sólo no había arreglado internet, también había dejado sin línea telefónica a mi casa. Por primera vez recuerdo entender qué podría llevar a una persona a encerrarse en lo alto de una torre y no querer hablar con nadie jamás. Comprendí El Resplandor, y comprendí a Bestia de La Bella y La Bestia. Me senté en el sofá aun sosteniendo el teléfono en mis manos. Muerto él, muerta yo.
Los veranos han teñido de gris mi melena pero aún sigo esperando que vuelva la línea. No me he movido de aquí, ni lo haré. El sol que entra por la ventana me ha curtido el rostro. El mismo rostro en el que se pueden contar los días que te he esperado pasando el dedo por los surcos de mis sienes. Me has quitado mis años de juventud, pero no te guardo rencor porque también me has hecho un regalo. Me has regalado la certeza de saber cuál es mi futuro: no sé cuánto tiempo más me quedará en este mundo, pero tengo claro dónde pasaré mis días. Aquí, en este sofá, soñando que vuelves a llamarme y me arreglas la fibra óptica y la vida.
Atentamente,
Sandra C.
PD: Es una carta pero no descarto hacerlo en canción como El Muelle de San Blás.
Cartas desde Internet es una página dirigida por la autora Sandra C
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