El arte de tirar cohetes a las 8:20 un Domingo
Con los 50 primeros de la temprana mañana quedo con mal sabor de boca y siempre me parecen pocos.
A mí mismo, sin ir más lejos, me encanta el arte de tirar cohetes y es que no me pierdo ocasión de salir de la cama para oir cada uno de sus múltiples y diferentes sonidos que me acogen y me mecen como un susurro maternal. He comprado todos los discos y me los pongo todos los días ya que me ayudan con mis meditaciones profundas de cada mañana. No veo el momento que en mi barrio haya una celebración que no justifique su uso o que su uso no justifique una celebración. Una romería, una feria, fútbol, veladas, pasos, carnavales, Isla Mágica... No me olvido nunca en mis rezos de pedir, cada vez con más intensidad, porque las procesiones sean cada vez más lentas para que el artista cohetero tenga que acompañar su marcha y así tenga ocasión de cautivarme a mi y a mis vecinos con más cohetes ya que, personalmente, con los 50 primeros de la temprana mañana quedo con mal sabor de boca y siempre me parecen pocos.
Si hay alguien en este mundo a quien en realidad le gusten los cohetes no es a mí, es a mi perro.
Espero cálidamente el sorpresivo momento en el que un cohete deleita mi tímpano e inunda mi corazón como la ambrosía lo hace en el paladar de los dioses. Trato de retener en mi memoria cada uno de los sonidos y los clasifico mentalmente según lo que me inspire y evoque cada uno de ellos, así tengo una paleta de cohetes clasificados por sentimientos y recurro a esta paleta como tabla de salvación cada vez que en mi día a día me encuentro con dificultades o retos que afrontar. Muchas veces recurro a ella para relajarme y recrearme. Porque me gusta.
Pero si hay alguien en este mundo a quien en realidad le gusten los cohetes no es a mi, es a mi perro. Mi perro no pierde ocasión de correr casa arriba y casa abajo a toda velocidad celebrando el acontecimiento, llorando de emoción y temblando del júbilo que no debe caber en su pequeño cuerpo.
A veces pienso que es un teatrero cuando con sus torpes cuerdas vocales tras un cohete trata de decir "olé" adulando y agradeciendo graciosamente este exclusivo arte humano que se le brinda desinteresadamente. Cuando hay cohetes corre por toda la casa y yo corro detrás suyo, parece que quiera celebrarlo solo, y yo claro, quiero celebrarlo con él. Si no, no tendría perro. Cuando al fin logro alcanzarlo y abrazarlo noto que si no fuera perro, sería cohetero; el corazón se le sale por la boca y los ojos los tiene vidriosos, como diciendo: Esto es un arte que no se pué aguantá, y es que al cabrón le falta hablar.
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