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El día que Dorothy siguió el camino de baldosas amarillas y llegó a la Alameda de Hércules




"Sigue el camino de baldosas amarillas", le dijo Glinda, la bruja buena del norte, a Dorothy, el día que salió por primera vez de la Avenida de Kansas City con sus amigos. Y así, los cuatro amigos, Dorothy, el león mierdoso, el espantagorriones, y el aceitero de las tostadas, sin coger buses interurbanos ni nada de nada, caminaron por las baldosas amarillas hasta cruzarse enterita la Alameda de Hércules, el bulevar en la ciudad hispalense con más desniveles que los toboganes de Guadalpark.

Y contemplaron con asombro cómo todo estaba repleto de bares y terrazas que cumplían con rigurosa cotidianidad el arte de la fotosíntesis: Sol y cerveza. Entonces sus bocas fueron marismas de baba, sus ojos brillaron con destellos lagrimosos cual telenovela en desenlace, y ciertos lamparones dibujaban mapas en sus axilas .

"Así que esto era el camino de baldosas amarillas"- pensó Dorothy en voz alta.
-¿Dónde estaba la bruja mala del Oeste?
- Allí, es aquella señora fea que barre con la escoba, y es de Lipasam.



Juntaron todas las monedas que tenían y se encomendaron cual yincana para saltar de bar en bar, a cuál la cerveza más fría y mejor banda sonora de fondo: El Corral de Esquivel, el Café Central, el Eureka, el Corto Maltés, Las Columnas, ...
El fatídico tornado que Dorothy recordaba una y otra vez en su cabeza fue sustituido ahora con un huracán de luz, birras, chatos de vino y aceitunas aliñadas más buenas que un lote de cagar. ¿Cómo no iban a ser felices los cuatro amigos estirando el deleite de su paso por la Alameda hasta el límite del ocaso y el "pierdoelautobus"?

Una bofetada de azahar
Un baño de luz tejiendo la sombra de los álamos
La escarcha de un quinto fundida en la palma
Un tragantón de cebada en la garganta
Una oliva escurrida en el filo de su plato
Una mirada oteando quién viene y quién va
Un pitbull masticando una avispa
Un acorde musical despertando los bostezos de mis tímpanos
Carcajadas de viejos chistes y recientes anécdotas
Una mirada al whatsapp, un despiste perfecto
Una excusa cualquiera para otra ronda más
La "eterna penúltima"
Chasquidos de mecheros para barritas tóxicas
El mudo accidente de los altramuces cayendo al suelo
Nubes de agua oxidando el embudo del hombre de hojalata
La meada en el árbol de un león cobarde
La estampida de los gorriones de un espantapájaros mugriento
Y la joven Dorothy harta de papas bravas y otro traguito más.

"Qué guapa está la Alameda" comentaba Dorothy con la torrija de varias cañas mientras esquivaba una mierda seca de perro. Acababa de darse cuenta la intrépida joven que la chispa de la vida no estaba en la meta, sino en el camino, en todas esas cosas que te van pasando mientras caminas y hay que estar al loro para disfrutarlas. Caminante no hay camino, se hace camino al andar, pero si te pasas por la Alameda y haces una paradita ya lo petas. Es la moraleja de esta corta y desconocida anécdota que nunca nadie se atrevió a contar.




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